“Para conocer el lenguaje de las montañas hay que frecuentar las montañas, estudiarlas y oírlas, dejarles que hablen.”
Eduardo Martínez Pisón
Chipeta, una montaña con dos caras: Desde la selva de Oza, en el alto valle de Hecho, la cumbre se antoja como la proa de un barco, inaccesible, sustentada por grandes farallones rocosos que la elevan aparentemente por encima de las cimas vecinas. Desde Zuriza, sin embargo, la montaña se suaviza, se transforma en una loma herbosa que apenas destaca de sus vecinos más inmediatos, una montaña amable.
Es lo más alto de esta cima un magnífico mirador sobre las aguas del recién nacido Aragón Subordan, hasta el inicio de sus “aguas tuertas”. Pero sobre todo desde allí se puede contemplar y fotografiar en toda su magnitud el magnífico farallón rocoso de la sierra de Alanos – Peña Forca.
No era la primera vez que subía: casi 20 años antes hice una inolvidable noche de vivac en la herbosa cima de Chipeta, y este fin de semana me apetecía repetir la experiencia. El pronóstico era de posibles tormentas, pero me dejé tentar una vez más por una tarde espléndida, y emprendí la larga subida hasta la cumbre. Y, como los pronósticos del tiempo últimamente no fallan, una vez más pasé la noche mosqueado por esa lluvia ocasional que cayó a ratos sobre la tienda, tratando de discernir si aquello derivaría en una tormenta, o se quedaría sin más en un suave chaparrón, como afortunadamente fue.
Los años pasan, pero contemplando las primeras imágenes en el mismo sitio, y prácticamente en el mismo mes de verano, me doy cuenta de que cada subida es irrepetible, cada noche en la montaña un sueño realizado. La montaña es la misma, pero el tiempo, el atardecer y el amanecer, y sobre todo la mirada cambia, las fotos cambian -¿o no?-. Esto es algo que me pregunto cada vez que comparo lo que hacía antes y ahora.
Dice el fotógrafo Fernando Puche (cojo algunas ideas de su libro “Diario de un Fotógrafo Amateur” que cuando uno revisa su archivo desde la distancia del tiempo, nos damos cuenta que muchas fotografías son intrascendentes, vemos nuestra obra con otros ojos, con una mirada más adulta y menos condescendiente. Y ser conscientes de ello, y gracias a ello, somos capaces de hacer cada vez menos fotografías “prescindibles”. Esto es el aprendizaje.
Y continúa este fotógrafo afirmando que lo difícil es avanzar hacia hacer cosas nuevas, decidir qué es lo que uno desea atrapar en sus imágenes, y poder visualizar otras alternativas a lo que uno tiene delante de sus ojos. Sin embargo cuantas más fotos has hecho, más difícil es hacer algo nuevo. Cuanto menos quieres repetirte, más cuesta arriba. El problema no es estar siempre fotografiando los mismos motivos (los otoños, los amaneceres, las telas de araña, los ríos sedosos, los reflejos de las montañas…). El problema, como dice Fernando, es pasarse toda la vida reproduciendo los mismos tópicos una y otra vez.
Y añado yo: es que es muy difícil estar con la cámara delante de un hermoso amanecer y no volver a fotografiarlo de nuevo… ¿quién no lo haría?
Así que ahora, cuando vuelvo a ver aquellas fotografías y las cotejo con el resultado de esta nueva experiencia, me pregunto si no me estaré repitiendo en los mismos estereotipos, o realmente he ido evolucionando, aprendiendo a ver cosas nuevas en los mismos lugares (como esta imagen reflejada de Alanos en una pequeña balsa todavía con agua), y estoy saliendo de ese aprendizaje y ahora vuelvo una y otra vez a los mismos lugares queriendo dejar los viejos caminos ya trillados para salir a buscar imágenes nuevas, volver a perderme y encontrarme una y otra vez para dar con algo diferente, otra mirada desde la madurez, sin tener una respuesta asegurada. Por poner un ejemplo, esa pequeña balsa desde la que fotografié el reflejo de los Alanos seguramente ya estaba allí veinte años antes, pero entonces yo no percibí que pudiera servirme para tener otro punto de vista diferente.
Me falta una reflexión adicional: no sé si al recorrer los mismos lugares una y otra vez conseguiré hacer mejores fotografías, o completar un trabajo visual de una experiencia vital, o hacer que estas imágenes se identifiquen con una historia personal y hablen juntas de lo mismo, o crear una obra visual coherente, seductora y relevante. Solo sé que salir a caminar con la cámara, el saco de dormir y la tienda, rodeado de un escenario de montañas, acostarse saboreando un ocaso, despertarse con un rojo amanecer, es una experiencia gratificante que repetiré siempre que me sea posible. Solo con la sola soledad, y tan acompañado