Si dentro no está en tí la primavera
Juan Gil Albert, poeta y escritor
es inútil que en torno la respires,
no ha de comunicarte
aunque la respires
la razón de su ser…
Durante prácticamente un año he estado sin cámara, no porque perdiera el interés por la fotografía, sino simplemente porque mi pequeña Canon se estropeó (un terrible golpe contra el suelo), y después de intentar arreglarla tres veces sin éxito decidí que no merecía seguir intentando su reparación.
Así que este tiempo he estado disfrutando del campo y de la montaña, caminando más ligero, simplemente con los sentidos y confiar en el poso de mis recuerdos, sin necesidad de detener el tiempo, sin añorar aquellas luces y paisajes que tal vez si – o tal vez no- hubiera conseguido captar de haber tenido una cámara.
Caminar sin ella para alguien acostumbrado a mirar el paisaje con los ojos de fotógrafo requiere un nuevo aprendizaje, desconectar por completo del filtro que impone la cámara entre nosotros y el entorno. Apartar un lado la necesidad de detener la mirada tras el cristal de un encuadre, y dejar que ésta fluya sin obstáculos, instintivamente, sin forzar la vista sobre el paisaje para buscar aquello que nos falta o nos sobra para componer y crear el recuerdo. Una vez conseguido esto ya no separamos con la mente el grano de la paja, simplemente separamos lo que nos hace sentir de lo que no, lo que nos emociona de lo que no, lo que molesta a nuestros sentidos de lo que no.
De esta manera, en ausencia de la cámara, acababa deteniéndome de vez en cuando simplemente a mirar el paisaje alrededor, escuchando, con la mirada amplia, contemplando, dejando pasar el tiempo: el fluir del arroyo, el paso de las nubes, el sonoro transitar de los carboneros y los mitos entre las ramas de los árboles, la caricia del viento que mueve las hojas, el calor, el frío. Y mirar despacio deja recuerdos indelebles.
Sin embargo, ahora vuelvo a tener una cámara: es la herramienta que me ayuda a mostrar y compartir el paisaje que me atrae y me seduce: las montañas, los ríos, el bosque, el agua, las luces y las sombras, la vida. La fotografía me ayuda a caminar en soledad, a mi aire, en silencio. Fotografiando por el solo placer de componer, sin buscar un recuerdo del pasado, sino una imagen bella desprovista de lugar, de viaje, de la fecha en que se tomó, procurando que mis fotos sean hermosas y personales. Sobre todo personales.
Y uno se da cuenta de que todo está dentro de nosotros. Si uno no tiene interés por la belleza, o es pobre interiormente, da igual lo que contemple fuera por exuberante, por fascinante que pueda ser, por las docenas de fotos que pueda colgar del paisaje que tenemos delante. Lo que comunica uno siempre es su paisaje interior. El exterior solo es el reflejo del mundo que se lleva dentro.
Así que después de un mes intentando desentrañar los secretos de mi nueva cámara para hacerla más amigable, he retomado de nuevo la mirada del fotógrafo. Pero no quiero dejar de lado esa otra mirada, la mirada extendida, la del paisaje sin encuadres, la de un espectador en primera fila: “Se como la hierba del prado o el árbol del bosque, o la brisa: que la naturaleza te tome como algo suyo” (Eduardo Martínez de Pisón). Luego me cuentas la experiencia
Os dejo con algunas fotografías de esta primavera (clic sobre la imagen para agrandarla)