Manejar una cámara es, por muy sofisticada que sea, algo sencillo que se aprende, como se aprende a manejar los colores en la paleta del pintor, o a modelar la arcilla. Mucha gente piensa que cuanto mejor es el equipo utilizado, mejor son las fotografías, y que es cuestión de estar en el sitio adecuado y en el momento preciso. En realidad, piensan que hacer buenas fotografías con una buena cámara no es complicado.
Sin embargo, muchas de mis fotografías son imaginadas incluso semanas o meses antes de hacerlas realidad: aquél cresterío que pensé fotografiar al amanecer desde la misma cima años antes, o esa intuición que me hizo esperar, bajo el paraguas, a que se abrieran las nubes y aparecer el arco iris donde previamente lo había imaginado… Un minuto, a veces unos instantes, pueden suponer la diferencia entre una preciosa imagen de otra carente de emoción.
Antes de tener una cámara y dar mis primeros pasos en la fotografía, yo veía que aquellas diapositivas que visionábamos después de una excursión en el campo, no me transmitían la emoción que previamente habíamos disfrutado en ese lugar donde fueron tomadas. Pero tampoco imaginaba que fuera tan importante establecer ese vínculo entre la mirada personal y el paisaje visualizado a través de la cámara.
Así que mis primeras fotografías con una cámara empezaron siendo, efectivamente, lo que previamente había visto de otras personas: les faltaba transmitir “algo”. Y empecé a ser crítico con mis fotografías como había sido con las ajenas, y a desechar decenas de diapositivas (en aquella época las diapositivas, para la mayoría de nosotros, eran un bien caro, y decidir tirar casi todas las fotografías a la papelera no era fácil). Mi primera fotografía “decente” apareció en el segundo o tercer carrete: la fotografía de una campana al atardecer, en la ermita de un pueblo segoviano. Quizás a estas alturas, veinticinco años después, esa imagen no deja de ser bastante “corriente”, pero en aquél momento para mí supuso un pequeño gran paso.
Desde entonces mi equipo fue creciendo en paralelo a mis disponibilidades económicas, y siempre adaptándome al material que disponía: lo que no podía hacer porque no estaba al alcance de mis posibilidades con el equipo, no lo hacía. Aún así, llegué a portear hasta 11-12 kg de equipo fotográfico en mis excursiones y travesías. Incluso un paseo mañanero al amanecer iba acompañado de todo el equipo fotográfico, para “por si acaso”. Empecé a notar que la mochila pesaba demasiado.
La llegada de la imagen digital supuso un parón de varios años en la fotografía. Simplemente, “presté indefinidamente” mi antiguo equipo a un viejo amigo, y empecé a disfrutar de la montaña más ligero de equipaje. Mi primera intención fue no retornar a la fotografía.
Pero el retorno a mi vieja afición, pocos años después, fue de lo más simple: mi mujer delegó en mí la compra de una cámara digital sencilla, compacta, y aproveché para adquirir algo que yo pudiera utilizar también de manera ocasional, utilizando mis conocimientos en fotografía analógica. Todavía no sabía cómo funcionaba el mundo digital. Así fue como progresivamente empecé de nuevo a tomar fotografías con una cámara compacta sencilla. La única pieza que recuperé de mi viejo equipo fue el trípode que aún guardaba.
A la par, empecé a aprender poco a poco lo básico de la fotografía digital. Sabía que el photoshop existía, pero no lo utilizaba todavía, y sobre todo descubrí que con nuestra pequeña compacta era capaz de hacer fotografías que seguían siendo tan interesantes como las que hacía con mi viejo equipo. Tenía sus limitaciones: no podía hacer exposiciones más allá de 15 segundos, no podía hacer desenfoques selectivos, no disponía de polarizador, no podía cambiar de ópticas…, y para los más entendidos seguro que la calidad técnica no aguanta una comparación con la más sencilla de las réflex. Pero algunas de mis “nuevas” imágenes, ahora en digital, seguían transmitiendo emoción y belleza del lugar donde fueron tomadas.
Aquella compacta se extravió, y aproveché para comprar una segunda compacta con un poco más de prestaciones (ahora tengo archivos Raw que puedo “revelar”, pero también más quebraderos de cabeza con el ordenador, al que desearía dedicar el menor tiempo posible). Y, al menos hasta ahora, estoy muy satisfecho con los resultados que he conseguido: la mayoría de las fotografías que iré añadiendo en este blog están hechas con cámaras compactas; algunas son anteriores, diapositivas digitalizadas, y seguro que a ojos de la mayoría de los visitantes de esta web, no habrá diferencias entre las tomadas con cámara réflex y aquellas hechas con mi cámara compacta. Además, mi mochila es ahora más ligera.
Así que cuando alguien me pregunta por algún consejo para comprar una “buena cámara”, les digo que empiecen con una cámara sencilla, con controles manuales, y no tiene por qué ser una réflex; que lean libros de fotografía para aprender un poco la parte técnica, la composición…,o se apunten a un curso o taller de fotografía, que sean críticos con su trabajo, desechando todo lo mediocre o que no nos “dice nada”, que disfruten de las buenas exposiciones de fotografía, y sobre todo, que abran los ojos y empiecen a cambiar la manera de “mirar” el paisaje.
Ánimo y adelante (ya era hora)!!!!!!
Me ha impresionado.
Enhorabuena, Jesús. Me ha encantado tu web. Me siento orgulloso de haber compartido contigo algunas de las vivencias que describes, en nuestra lejana juventud. Te incluyo en mis favoritos para disfrutar de vez en cuando de tu arte. Un abrazo
Jesus, gracias por abrir esas obras de arte a internet. Siempre me he disfrutado con tus fotos y aprendido de tu forma de ver la fotografía. Seguiré con interés tu blog.
Un abrazo