Día de ventisca en la Pedriza

“Una impresión de recogimiento más profunda, más grande, más solemne, más verdaderamente religiosa”.

Giner de los Ríos (fundador de la Institución Libre de Enseñanza y gran amante del Guadarrama) en 1886, al ver un atardecer en estas montañas.

Para los que gustamos de caminar y hemos vivido en Madrid, la Pedriza ha sido siempre una vía de escape de la gran ciudad, un lugar para iniciarse, ya de niños, en las primeras caminatas y aventuras por la sierra, y después ya mayores, donde poder salir a disfrutar de la belleza de esa geología laberíntica que transmite, a la vez, una sensación de caos y de equilibrio.

La Pedriza es un intrincado macizo granítico que destaca en la vertiente sur de la sierra madrileña y que modelado por la lluvia, la nieve, el hielo, el viento, los procesos químicos y sobre todo el tiempo, ha dado lugar a un inmenso caos de peñascos amontonados aparentemente al azar, muchos en equilibrios casi imposibles o esculpidos con formas caprichosas y rasgos familiares a los que, mucho tiempo después, los montañeros y los pastores dieron sentido y nombre:  la bota, el cáliz, los fantasmas, el elefantito, el hueso, la calavera, el pájaro, el tolmo, el puente de los poyos, la tortuga, el dante, los panes… al caminar entre las rocas, a cada paso uno se detiene para mirar y tratar de imaginar esas formas a las que otros caminantes nombraron, y con las que podríamos llenar una página entera.

Laberinto rocoso

Si además uno quiere caminar en soledad, como es mi caso, para ir a la Pedriza hay que madrugar mucho, o ir en días especiales. De otro modo coincidiremos con visitantes, excursionistas, montañeros o escaladores.

Este uno de enero quería, una vez más, recorrer el camino que desde Canto Cochino me lleva hasta el collado de la dehesilla, para después afrontar la subida hasta el Yelmo. Esa gran roca lisa, un domo granítico, que identifica a La Pedriza, y que puede verse incluso desde Madrid en los días despejados.

Camino hacia el refugio Giner

La nieve de la noche anterior va cubriendo el camino, al principio como una fina capa de azúcar espolvoreada sobre árboles y rocas, para acabar teniendo que ir abriéndome paso con pisadas cada vez más profundas sobre nieve muy suelta, casi polvo.

Risco del pájaro, y a su derecha el guerrero

El amanecer se intuía precioso en las zonas altas, de un azul limpio, pero desde la umbría por donde caminaba yo ya sabía que no podría disfrutar de los primeros rayos de sol hasta bastante más arriba.

El frío a esa hora de la mañana era intenso, y solo las nubes que se iban iluminando anticipaban un día soleado, aunque también el fuerte viento que corría por las cumbres y collados. Las formas de las nubes se hacían y rehacían una y otra vez al son de las corrientes de aire, y de vez en cuando un gran remolino de nieve polvo se alzaba por entre las rocas enturbiando el cielo limpio.

El viento en las cumbres

En el refugio de Giner hice una parada para disfrutar del paisaje que se abre desde el mismo, y ver cómo el sol poco a poco iba ganando terreno a las sombras

Panorámica desde el refugio Giner. Paisaje de blanco y azul
El risco del pájaro

Desde aquí el valle se va estrechando, y en un día normal basta poco menos de media hora para alcanzar el collado de la dehesilla. No era este el día: a medida que iba subiendo las ráfagas de viento son cada vez más frecuentes, y en cada una el viento levanta la nieve y me obliga a girarme hacia el valle para evitar la ventisca helada sobre la cara. Una ventisca molesta, más o menos corta pero que se desata repentina, sin avisar, que hace volar la nieve a gran velocidad y que en apenas unos segundos reduce la visibilidad a pocos metros. Mal presagio.

Tras cada imprevisible ventisca el aire parece detenerse apenas unos minutos que voy aprovechando para ganar metros al sendero hasta que tengo el collado al alcance de  mi mano. Busco refugio entre las rocas, aprovecho para comer algo brevemente, y miro hacia arriba, por donde continúa la subida entre las rocas, ya por terreno abierto. Hace sol, pero allí el viento es más fuerte, y arroja las partículas de nieve como cuchillas a gran velocidad, como pequeñas navajas que se clavan en la piel helada de la cara.

A veces, retirarse a tiempo de la montaña no es una derrota, sino la oportunidad de querer volver a intentarlo, de poder volver a disfrutar de este paisaje espectacular que es La Pedriza.

Hora de volver

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