Lo más exótico está al lado de nosotros y hay que retratar los alrededores. Ese es el fotógrafo que sabe mirar
Amparo Garrido
No es una montaña atractiva, tan solo una cima menor de las innumerables pequeñas cimas que jalonan el paisaje de la zona norte de Navarra. Pero forma parte de nuestro paisaje urbano cotidiano y ha estado siempre muy presente en la vida y en la historia de Pamplona.
Y le ha tocado ser uno de los pulmones de la ciudad, barrera climática entre la montaña cantábrica y la transición hacia el valle del Ebro, frontera natural que separa dos mundos, el urbano e industrial, al sur, y los valles verdes y rurales del pirineo navarro. El bullicio y el estrés de la urbe a un lado, el silencio y la calma al otro.
Para los que disfrutamos del senderismo en la naturaleza y vivimos en la ciudad, Ezcaba, Ezkaba, o San Cristóbal (como gustemos de llamarla), ha sido nuestra vía de escape durante estos dos meses de confinamiento, nuestro hilo conector con las montañas que nos rodean. Apenas llega a 500 metros el desnivel a ascender, pero es lo suficiente para, una vez en su cima, durante un rato poder dar la espalda a la ciudad que regenta nuestra vida cotidiana y contemplar ese mar de montañas y más montañas que se abren hacia el Cantábrico y el Pirineo, en una sucesión inacabable.
Desde las más cercanas y modestas -Adi, Saioa, Elke, Baigura, Arangoiti, Izaga, la Higa…-, hasta donde alcanza uno la vista, en el límite con el cielo, Orhi, Anie, Mesa de los tres reyes, Petretxema, Ezkaurre, Alanos, Bisaurín, Aspe, Collarada… Estoy seguro que casi todos los montañeros que vivimos en Pamplona recitamos el mismo mantra cuando vemos ese horizonte tan familiar, tan cercano y a la vez tan lejano estos días de encierro.
El sendero para subir una vez nos adentramos en ella no es especialmente bonito: densos pinares de repoblación recubren la ladera al sur, los quejigos hacen lo propio sobre todo al norte, y un espeso sotobosque de boj tapiza el suelo hasta por encima de nuestras cabezas… o lo recubría hasta ahora, pues una mariposa invasora, la polilla del boj, amenaza la supervivencia de esta planta (aquí, más información)…
En el camino puedo contemplar, entre los pinares o cuando el sendero asoma a la cresta, hacia un lado su cara urbana, hacia el otro, hacia el norte, el lado bucólico, verde, el de las montañas que nos hacen soñar.
La presencia del ser humano en Ezcaba ha ido dejando su impronta a lo largo de los siglos, fruto de su posición estratégica: en la cima hubo castillos, ermitas, torreones, plazas militares, y desde primeros del siglo XX un fuerte-cuartel ahora abandonado, que fue también penal para presos políticos durante el franquismo -ver abajo- (*), y cementerios de fusilados. Hoy la cima es base para las antenas de telecomunicación de la comarca. Sí, cada oleada histórica ha dejado la huella de sus inquietudes y ambiciones, pero solo su recortada silueta sobre la ciudad sigue imperecedera.
Dice José A. Gómez Municio, en su libro “El universo en el Jardín, Paisaje y arte en la obra de Leandro Silva Delgado
El paisaje es un gran texto sometido a sucesivas re-escrituras parciales, cuyas huellas van quedando fragmentariamente en él. El paisaje estaría hecho de fragmentos de esas intervenciones sucesivas en el tiempo sobre el entorno (…)
José A. Gómez Municio
(…) Si se le interroga con ojos curiosos, si se es capaz de ir más allá de la leve caricia con la que nuestros ojos suelen zanjar su relación con él, el paisaje es un texto que nos habla de todo lo humano. De la relación del hombre con sus semejantes y con la naturaleza. De su memoria, de sus deseos…
Desde mi casa a su cima, al amanecer, dejo atrás poco a poco el ruido de fondo del tráfico periurbano, para llegar en poco más o menos hora y media a su cima por el largo cordal SE-NO de la montaña. Casi siempre subo antes del alba –es mi naturaleza, me gusta madrugar-. Algunas veces el día es gris, y el cielo cubierto, o la neblina, o el barro, apenas me permiten el disfrute más que para el ejercicio. Pero otras los amaneceres son limpios y espléndidos, o las nubes y las nieblas juegan con la luz, el paisaje desde la cima se vuelve interesante, y entonces mi mirada se siente privilegiada, y ya no necesito irme lejos para hacer fotografías sugerentes
Sí, Ezkaba no es una montaña bonita, pero desde su modesta cima, tenemos una vista afortunada
(*) El fuerte de Alfonso XII, de proporciones faraónicas, tiene una triste historia de fondo: estuvo en construcción entre 1878 y 1919, y paradójicamente una vez acabado ya no era útil como fortaleza por no tener protección contra los ataques aéreos que, durante ese espacio de tiempo, se desarrollaron como uso bélico de primer orden. Por ello se transformó en cárcel durante la Guerra Civil y la posguerra, así como sanatorio en épocas de epidemias. La fecha del 22 de mayo de 1938 es especialmente señalada, porque ese día se produjo al fuga más numerosa de todas las registradas en penales: fueron 795 los fugitivos que se fugaron, en su mayoría presos políticos republicanos, de los que únicamente lograron escapar tres cruzando la frontera con Francia, y otros 211 fueron fusilados en el intento.