Algo está semienterrado, esperando.
Entre el futuro y lo próximo, (Ruth Daigon, poeta canadiense)
El silencio tiene su lugar de espera en las grietas, hendeduras, erosiones.
Hay paisajes que me resultan fascinantes, y uno de ellos es el ocasionado por la erosión en las tierras arcillosas del nordeste segoviano. La lluvia desgasta el suelo arcilloso y lo modela formando grandes cárcavas (“cavenes”, las llaman en la zona), pequeños anfiteatros naturales de valles y barrancos muy próximos entre sí, con paredes muy pendientes -casi verticales- de varios metros de altura. El agua de lluvia se infiltra por el suelo y lava las arcillas y limos formando galerías de corrientes subterráneas, hasta que éstas colapsan y se acelera el encajonamiento y la profundización del lecho por donde circula el agua.
Me gusta andar sin rumbo por este paisaje. Contemplar la belleza de la tierra erosionada, la textura del suelo despojado de la vegetación. Es un mundo extraño, rojizo, de formas caprichosas, silencioso, casi irreal. Caminar entre los barrancos no es fácil: ir de un vallejo a otro me supone a veces dar grandes rodeos para no encontrarme con callejones sin salida.
Paseando entre los barrancos descubro una pequeña encina encaramada en lo más alto de una cresta, desafiando la gravedad: pura supervivencia. La joven encina estira y estira sus raíces para agarrase con fuerza a la tierra descarnada, aferrándose literalmente a la vida, mientras el agua le roba en cada tormenta parte de la tierra que la sostiene. Pero ¿es la cresta de tierra la que sostiene en vilo a la encina? ¿O es la encina la que mantiene a la cresta con sus raíces?
En cualquier caso, la encina tiene los días contados. Quizás sea en la próxima lluvia torrencial, o tal vez en el siguiente verano cuando el suelo se desmorone bajo sus raíces.
A la mañana siguiente decido volver antes del amanecer. ¡Cuán diferente y mágico es el paisaje a la luz del crepúsculo! Las luces del alba realzan la encina sobre el cielo, pero el espectáculo llega justo con los primeros rayos de sol. Entonces la tierra rojiza se incendia durante unos minutos y el paisaje de las cárcavas se vuelve casi irreal. La pequeña encina cabalga encima del fuego…
Conforme sale el sol, el rojo se desvanece, la tierra vuelve a su color anaranjado y mi mirada se dirige hacia las formas y texturas. Las líneas de aristas afiladas y torreones bañados por la luz se alternan con las oscuras sombras que dejan adivinar los profundos barrancos creados por el agua, creando un paisaje entrelíneas.
El sol calienta, así que es hora de volver.
¡¡¡Qué bonitas fotos Jesús!!! Como siempre ¡¡Claro!! y muy buen trabajo el que has realizado. ENHORABUENA
Gracias, Carmen.
Espero ir «dando de comer» al blog de vez en cuando para compartir mis trabajos.
Ya tengo casi lista una nueva entrada…