Todo el contento de la vida cifrase en el retorno regular de las cosas exteriores. La sucesión del día y de la noche, de las estaciones del año, de las flores y los frutos y de cuantas demás cosas se producen en épocas determinadas, para que las podamos gozar y las gocemos. Son los verdaderos resortes de la vida terrestre
J.W. von Goethe (1749-1832), dramaturgo, novelista y poeta alemán
Cada estación del año refleja cambios muy representativos en el paisaje y en los inquilinos que lo habitan. Tras el equinoccio los días comienzan significativamente a alargar, y la temperatura aumenta progresivamente con el transcurrir de las semanas hacia la primavera. Con el cambio de hora he empezado a aprovechar las tardes para visitar durante varios días una ladera en el hayedo de Quinto Real, donde sé que en esta época abunda una planta muy llamativa.
Estas montañas no tienen gran altitud, y la cercanía del atlántico hacen que esta zona se encuentre muy a menudo cubierta de nubes bajas agarradas a las cumbres y nieblas que barren las laderas y se mantienen varios días sin levantar. Hace un mes, todavía a primeros de marzo, cuando aún el día no había mejorado ostensiblemente, ya percibí que las hojas de esta planta presionaban desde debajo de la hojarasca.
Ahora lo más frío del invierno parece que ya se ha ido (la última nevada que cubrió el hayedo fue hace apenas quince días), y tanto encima como debajo del suelo de la ladera que visito se empiezan a notar pequeños cambios que anticipan la explosión primaveral. Por encima, porque las ramas de las hayas ya están claramente repletas de yemas a punto de despertar, y por debajo, en el suelo, por esas plantas que florecen antes de que el dosel arbóreo se cubra de hojas. Son las plantas pre-vernales (del latín «ver» o «vēris» primavera).
Su nombre da cuenta de su meteórico despertar en primavera para completar su ciclo antes de que las tupidas hojas del hayedo provoquen una penumbra constante hasta el otoño. Así que, aunque el sol de marzo todavía es bajo, los rayos tienen intensidad suficiente para proporcionar cierto calor al suelo. Entonces estas plantas aceleran su crecimiento y reproducción por la necesidad de aprovechar la luz solar.
Cuando las plantas pre-vernales despliegan las hojas, captan luz y dióxido de carbono a un ritmo frenético. Los poros con los que las hojas respiran, los estomas, se abren de par en par. Las hojas están repletas de enzimas listas para fabricar moléculas nutritivas a partir del aire. Son como los adictos a la comida rápida del bosque: engullen a toda prisa e intentan acabar con el banquete antes de que los árboles les tapen la luz. Y para sustentar esa glotonería estas plantas necesitan sol intenso. Esta estrategia les ayuda a sobrevivir en el mundo umbrío del bosque de hayas ya que, apenas un mes o mes y medio después, se marchitarán rápidamente y volverán a su aparente inactividad.
Estas plantas normalmente salen de un bulbo donde almacenan las reservas del año anterior, lo que les permite florecer rápidamente en la siguiente primavera. Algunas en vez de bulbos crecen de tallos escondidos bajo tierra llamados rizomas.
Así que en el hayedo han comenzado a florecer, casi con prisa, las violetas (viola sp.), los narcisos (narcissus sp), las hepáticas (Anemone hepática), el diente de perro (Erythronium dens-canis), la rara Galantus nivalis, las “primaveras” (prímula veris), la anémona de bosque (Anemone nemorosa), el torvisco (daphne laureola) o, por fin, la protagonista de las fotografías que acompañan esta entrada: la ESCILA DEL PIRINEO (Scilla lilio- hyacinthus).
De Escila en la mitología griega se recogen varias leyendas: una de ellas cuenta que Escila era una ninfa marina muy bella que rivalizaba con Circe, la hechicera, porque ambas deseaban al dios Glauco. Para salirse con la suya, Circe envenenó la aguas de manera que Escila se trasformó en un horrible monstruo, una mujer de cuyas ingles nacían seis medios perros con una cabeza y dos patas cada uno. Apostada en una cueva cerca del estrecho de Mesina, Escila daba caza a cuantos marineros pasaban por allí y los hacía morir lentamente royendo sus huesos.
Dejando aparte los mitos griegos, durante estas semanas, amplias zonas del suelo del hayedo se han cubierto de escilas creando un espectacular tapiz de hojas verdes brillantes sobre el que ha ido superponiéndose progresivamente un manto de flores azules-violeta que me dan una bonita oportunidad para pasearvarios días entre ellas y hacer algunas fotografías. El contraste del suelo verde y azul con los árboles desnudos de hojas es intenso.
La escila del Pirineo (o jacinto estrellado) es una liliácea. Es una preciosa planta, pero muy tóxica. Sus hojas son basales, anchas y carnosas, en forma de grandes tiras. Pero destaca sobre todo por sus vistosas flores: la inflorescencia tiene forma más o menos piramidal, con 5 a 15 flores pequeñas de un tono azul o violáceo más o menos claro, y puede crecer hasta en algunos casos alcanzar los 40 centímetros de altura.
Es una planta que solo veremos en los hayedos y hayedo-abetales de la zona cantábrica y Pirineos, en ambas vertientes, pero más abundante en los hayedos de Navarra, País Vasco y Aragón. Yo siempre la he visto en las laderas norte, quizás es que le gusta más el frío y la humedad que viene de esa zona.
Una vez que las hojas de las hayas comienzan a brotar, irán cubriendo de sombras el suelo del bosque, dejando solo oportunidad para algunos arbustos capaces de resistir las sombras, como el acebo, o los arándanos, y tan solo en algunos claros donde las hayas han dejado espacios abiertos florecerán las plantas del verano como las dedaleras (digitalis purpurea) o las gencianas, entre otras. Pero estas ya quedan para otra estación.
“Todo era verdad bajo los árboles“
Antonio Gamoneda