(…) Hasta el verano más radiante
Hoja Marchita. Herman Hesse, Las estaciones.
se marchitará un día y será otoño.
Quieta, hoja, ten paciencia
cuando venga a llevarte el viento.
Sigue jugando, no te defiendas.
Calma, deja que las cosas pasen,
deja que el viento, el que te quiebra,
sople y te lleve a casa.
El verano ha sido largo, un verano que parecía no poder terminar nunca y ahora, tras un brevísimo cambio de tiempo que apenas duró unos días, el otoño se nos ha colado de improviso, y con él la temporada de lluvias y vientos.
El bosque abre sus colecciones de colores al público: verdes, rojos, amarillos, marrones y ocres. Ahora toca pasear por las laderas sin rumbo y deleitarnos de esta experiencia visual…
Tan solo hace un par de semanas el arbolado presentaba un aspecto verde-amarillo, y al pasear nuestras miradas se dirigían más al suelo; el bosque permanecía aparentemente oculto y sombrío tras las primeras líneas de árboles a nuestro alrededor.
Pero con el otoño hay cada vez menos horas de luz y los rayos de sol entran oblicuos en la floresta, el suelo comienza a helarse, y para los árboles es más difícil captar nutrientes; en estas condiciones el árbol prefiere aletargarse, y se prepara para el invierno deshaciéndose de las hojas. Como ya no son útiles, dejan de recibir alimento y comienzan a morir.
La clorofila que daba el color verde comienza a degradarse, y aparecen otros pigmentos que dan otros colores. Las hojas pasan entonces por amarillos, anaranjados o rojos y finalmente, ocres y pardos. A medida que el color va cambiando, la base de la hoja se seca y endurece, y se obstruye la comunicación con la rama. Ahora tan solo los pequeños conductos de savia ya secos la sujetan débilmente, y bastará una pequeña brisa para que las hojas ya marchitas se desprendan y caigan al suelo en remolinos.
Finalmente llega el primer temporal, y con él los días grises. El viento tira al suelo el primer torbellino importante de hojas y limpia el bosque. En los caminos las hojas caídas se amontonan, y si el viento sopla, todas suenan y se revuelven con estrépito. En el suelo crujen secas con nuestros pasos. Es casi imposible moverse sin hacer ruido.
Con las primeras lluvias la humedad lo empapa todo, el agua relaja la rigidez de las hojas, y poco a poco vuelve el silencio. Los jabalíes hurgan en la hojarasca con el hocico y es fácil adivinar por dónde han pasado. Un olor a tierra húmeda y moho nos dice que por ahí están los hongos haciendo su trabajo descomponedor…
Hoy, ya casi entrando en el invierno, la espesa cubierta de los árboles ha desaparecido y solamente aguantan unas pocas hojas aquí y allá. Parece como si se pudiera ver el bosque de una manera más profunda y completa. La luz cambiante de otoño nos hace conscientes de la iluminación sutil del bosque. En los días despejados por todas partes luce el sol atravesado por ramas donde algunas hojas todavía brillan sueltas. El suelo es ahora más claro, y las sombras más contrastadas…
Pasa otro chaparrón y se desprenden más hojas…
…pronto llegará el silencio del invierno.