Compréndeme si la noche se comprende, comprende mis sentimientos.
Nazik Al Malaika, poeta, música, profesora iraquí (1923-2007)
Y tócame, tócame si las estrellas pueden ser tocadas.
Me fascina pasar la noche al aire libre bajo el manto oscuro que se extiende una vez se nos oculta el Sol tras el horizonte. Contemplar la inmensidad del cielo salpicado por infinitud de estrellas, tan amplio y profundo, que es difícil mantener el sentido de la proporción con respecto a nuestra propia existencia. O disfrutar de esa luna llena que ilumina la negrura a su modo, con una luz dura que no admite matices, creando un paisaje de contraste entre sombras y tenues claridades. Y mientras contemplo el cielo estrellado, pensar en las inmensas escalas de tiempo y espacio por donde nuestro insignificante planeta gira y se mueve en el vacío del espacio.
En el majestuoso conjunto de la creación
nada hay que me conmueva tan hondamente,
que acaricie mi espíritu y que de vuelo deshusado a mi fantasía
como la luz apacible y desmayada de la luna
La Luna es nuestra compañera en el espacio. Un trozo desgajado de la misma Tierra por una colisión en los albores del nacimiento del Sistema Solar. Viaja junto a nosotros alrededor del Sol, y es el más próximo de todos los astros. La luz apenas tarda poco más de un segundo en recorrer la distancia que nos separa. En ese segundo, la luz también daría siete vueltas y media a la Tierra.
Ese color rojizo anaranjado con que la vemos en las imágenes de debajo, tanto al anochecer como antes del alba se debe a la dispersión de la luz en la atmósfera de la Tierra: al estar cerca del horizonte como la atmósfera es más densa, ésta absorbe diversas longitudes de onda de la luz, salvo la roja que es la reflejada. Pero una vez la luna se levanta por encima de nosotros, pierde el color naranja y la vemos blanca, con sus mares y sus cráteres.
Jüpiter, que vemos en la imagen de la derecha por encima de la Luna es enorme para nosotros. Dentro de este gigante podríamos meter mil planetas Tierra sin agobiarse entre ellas. Y también cabrían en él todos los planetas del Sistema Solar, incluyendo sus lunas, y los cometas y asteroides. Pero es un gigante gaseoso, pura nube: si viajáramos hasta su atmósfera en una nave y nos fuésemos acercado, caeríamos, y caeríamos, y caeríamos atraídos por su gravedad sin golpear con nada sólido. Bueno, mucho antes la inmensa presión acabaría con nosotros.
El Sol, con todo lo grande y poderoso que nos resulta, es solo una de las miles de millones de millones de millones… de estrellas que pueblan el firmamento. Más bien pequeña, más bien anodina, solitaria. El Sol está a “solo” ocho minutos luz de la Tierra, 150.000 millones de kilómetros. Si pudiéramos recorrer esa distancia a bordo de un deportivo a trescientos kilómetros por hora, sin parar, tardaríamos 47 años en llegar al Sol.
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Proxima-Cetauri, la estrella más cercana, se encuentra a 4 años luz, es decir, a “solo” 38 billones de kilómetros. Si el Sol tuviese el tamaño de un grano de arena, Proxima-Centauri estaría a 30 Km de nosotros. Y con el mismo coche deportivo tardaríamos cincuenta mil años en llegar a ella.
Entre ambas estrellas… el inmenso Vacío, la Nada. La distancia entre las estrellas es tan, tan grande, que las colisiones de galaxias no conllevan choques entre estrellas, sino que éstas pasan entre ellas sin enterarse.
Cuando nada turba el agua,
palpita de las estrellas
el hormiguero de plata
Salvador Rueda, periodista y poeta (1857-19339)
Si miramos al cielo una noche despejada, sin luna, podríamos contar a simple vista unas dos mil estrellas en el cielo, las más cercanas y luminosas. Sirio, la estrella más luminosa que podemos ver a simple vista, está a ocho años luz. En cambio Betelgeuse, la gigantesca estrella roja de la constelación de Orión, está a quinientos años luz. Es decir, que la luz que ahora nos llega de ella salió de la estrella cuando reinaba Felipe II. Más lejos está la estrella Polar, la que nos muestra el camino al norte, a seiscientos ochenta años luz del Sol. Entonces todavía los musulmanes gobernaban en el Reino de Granada.
Existen, probablemente, tantas o más estrellas que granos de arena sobre las playas de nuestro planeta Tierra. Estrellas muy luminosas y poco luminosas, grandes y pequeñas, pesadas o ligeras, rojas o azules, jóvenes o viejas… todas nacen, viven y mueren, unas plácidamente, y algunas estallan en explosiones colosales (supernovas) y expulsan materia a velocidades vertiginosas, que luego se aglutinan y forman otros sistemas solares con sus gases y escombros… De esos escombros venimos nosotros, el bosque, las montañas, el agua… Somos polvo de estrellas.
Soy como la noche: callada, profunda, horizonte.
Soy como las estrellas: incertidumbre, lejanía, destello.
Nazik Al Malaika
El Sol está situado en un confín de nuestra galaxia, la Vía Láctea, en el extremo de uno de sus brazos espirales, el espolón de Orión. En una noche clara, lejos de la contaminación lumínica de las ciudades vemos nuestra galaxia de perfil, como una débil franja lechosa y difuminada que recorre una parte de cielo. Casi todo lo que vemos en el cielo nocturno es parte de nuestra galaxia, y ese débil resplandor es el de las doscientos mil millones de estrellas que contiene.Si todas las estrellas de la Vía Láctea tuvieran nombre, se necesitarían 4.000 años para decirlos todos, suponiendo que se pronunciara uno por segundo sin detenerse. Desde nuestro Sol hasta el centro de nuestra galaxia hay veintiséis mil años luz, y tardaremos unos doscientos veinte millones de años en dar una vuelta a la galaxia.
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Meditaciones sobre la evolución cada vez más vasta: sobre la luna invisible en la incipiente lunación, acercándose al perigeo: sobre la infinita lactiginosa centelleante e incondensada Vía Láctea…sobre nuestro sistema que se hunde hacia la constelación de Hércules: sobre el paralaje o derivación paraláctica de las llamadas estrellas fijas, en realidad siempre en movimiento desde eones inconmensurablemente remotos hacia futuros infinitamente remotos en comparación con los cuales los años, tres veintenas y una década, asignados a la vida humana, constituían un paréntesis de infinitesimal brevedad.
James Joyce, “Ulises”
A partir de aquí nos cambiamos de galaxia y entonces comprobamos que las distancias ahora no solo son inimaginables e inconmensurables, sino también inmarcesibles e inconcebibles. Nuestra Vía Láctea no es más que una entre las miles de millones de galaxias que pueblan el cosmos, y no es de las más grandes. La galaxia Andrómeda es casi el doble de grande que la nuestra y tiene aproximadamente el doble de estrellas. Y se encuentra a unos dos millones y medio de años luz de nosotros (unos veinte trillones de kilómetros). En esa distancia cabrían otras veintidós vías lácteas puestas una detrás de otra. Y es el único objeto más allá de la Vía Láctea que podemos ver a simple vista hacia el nordeste, en una noche de verano. Para cuando la luz de esa débil mancha como ahora la vemos salió de allí, nuestros ancestros eran más parecidos a una salamandra
Nuestra galaxia forma parte del Grupo Local, que engloba unas cuarenta y cinco galaxias que orbitan sobre sí mismas en torno al Cúmulo de Virgo, que tiene cerca de dos mil galaxias en su seno. Y el siguiente cúmulo galáctico más cercano es el Cúmulo del Escultor, a unos trece millones de años luz. Los cúmulos se agrupan a su vez para formar supercúmulos, cada uno con docenas de cúmulos.
Los cúmulos y supercúmulos de galaxias son como los nudos de una red cósmica que se tejen sobre filamentos estrechos y deshilachados que conectan estos nudos, y se curvan para formar burbujas y hebras irregulares que rodean el aparente e inmenso vacío entre esas redes galácticas, las cuales alojan los cien mil millones de galaxias que se estima contiene el Universo conocido
Vivimos en un universo extraño y maravilloso. Se necesita una extraordinaria imaginación para apreciar su edad, tamaño, violencia, e incluso su belleza. Podría parecer que el lugar que ocupamos los humanos en este vasto cosmos es insignificante; quizá por ello tratamos de encontrarle un sentido y de ver cómo encajamos en él.
Stephen Hawking, “Una breve historia del tiempo”
Sin embargo, con todo lo enorme que es y el vértigo que nos provoca su inmensidad, el Universo está, básicamente, Vacío (con permiso de esa inmensa cantidad de materia oscura de la que ignoramos casi todo). Si las estrellas estuvieran más próximas entre sí, el cielo nocturno sería mucho más brillante, y dormir de noche sería más difícil. Y si las estrellas estuvieran más alejadas unas de otras, la noche sería oscura y deprimente, y sabríamos menos cosas sobre el resto del Universo. Y lo que es aún peor, si el espacio no fuera tan vacío y tan transparente, esta increíble vista estaría nublada y nosotros seríamos profundamente ignorantes sobre nuestro lugar en el cosmos.
Y este es el fascinante Universo en el que nos ha tocado vivir.
La noche se desliza por las estepas, Las manos de las nubes pasan por el horizonte Y las tinieblas duermen, En impresionante calma, Bajo las alas del silencio (…) Nazik Al Malaika
(Fotografías tomadas entre la última luna llena de agosto, y la primera luna en cuarto creciente del mes de septiembre de este año. Imágenes de galaxias y de la estructura del universo tomadas de la web)