Es invierno.
En estos días grises pasados he tenido la oportunidad de pasear por varios bosques en soledad: hayedos, abetos, robles y abedules, rebollares. Disfrutando a cada paso de los colores ya apagados, de los árboles desnudos, del paso fugaz de algún carbonero. El petirrojo me desafía, con su chasquido, desde el interior de un acebo. La hojarasca húmeda amortigua mis pasos, y sorprendo a algún corzo que al verme huye silencioso entre los árboles.
Sin embargo, hay días en que la inspiración para fotografiar no llega. Busco formas, luces, colores entre los árboles, entonces es mejor dejar de observar con los “ojos” que nos coloca el objetivo de la cámara. Guardo la cámara en la mochila e intento sentir el bosque a través del tacto, la vista, y el resto de los sentidos, sin buscar imágenes o patrones visuales.
No sé porqué a veces uno no encuentra la inspiración para fotografiar. Quizás es que con el tiempo uno se va haciendo menos impulsivo y medita más la forma de hacer fotografías, y también depende del estado de ánimo, por supuesto, del tiempo, de la lluvia, la luz… uno no sabe nunca cuándo llega la inspiración, pero conviene estar preparado.
Así que con la inspiración huída, contemplo la belleza de los troncos, paseo mi mano sobre las cortezas, me detengo a escuchar el sonido del agua en el arroyo, dirijo mi mirada al suelo. Es el bosque que pisamos sin ver, pero que está ahí. Las hojas caídas han perdido sus vistosos colores de otoño y se han vuelto ocres. Al revolver con el pie se desprende el olor a materia vegetal en descomposición, a tierra húmeda, es el humus. Cuesta imaginar, en apenas unos centímetros de suelo, la labor de diminutas criaturas haciendo el trabajo silencioso de la descomposición, para devolver la materia a la vida en la siguiente primavera: micelio, chinches, arañas, colémbolos blancos y otros millones de seres invisibles…
Sobre el suelo, la vida parece haberse dormido. Apenas algunos pájaros, algunas plantas que todavía verdean, el silencio. Pero bajo él, existe el complejo y próspero mundo subterráneo. Contemplo con detenimiento el suelo, lo remuevo con la mano, acaricio el musgo verde que destaca entre el ocre de hojas y raíces.
Es el bosque en invierno, que luce su desnudez.
Gracias Jesús, por la belleza de tus fotos y por tu sensibilidad para percibir en la naturaleza, y saborear lo que a tantos se nos oculta por no saber mirarla. Con sus reflexiones me enseñas a amar más la vida.