La Sierra de Alanos se encuentra en la cabecera del valle de Ansó, en Huesca. Se trata de un enorme pliegue rocoso llamado sinclinal que forma un valle suspendido que discurre más o menos en dirección este-oeste.
Es una sierra que me asombró la primera vez que se apareció ante mis ojos, por su majestuosidad y por ser aparentemente inabordable.
Subir a este hermoso monte no es difícil, y tras superar la brecha de Tatxeras, dejando atrás las murallas se abre a nuestros ojos un valle amplio, herboso, con unas vistas estupendas tanto hacia el macizo de Peña Forca como, al norte, a todo el cordal que separa los valles de Ansó y Hecho; Espelunga al este y el Rincón de Alanos al oeste cierran la cadena de dientes que forman esta sierra.
Había estado muchas veces en Zuriza, y cada vez que veía esta montaña, imaginaba la manera de fotografiar todo el cresterío rocoso al amanecer, desde el extremo más alto del Rincón de Alanos, iluminado en colores cálidos por la primera luz del sol. Ya había subido otras veces, y era algo que entraba dentro de mis posibilidades.
La ascensión hasta el Rincón de Alanos es de unas 3 horas y media, dura al principio, más suave una vez superado el paso de Tatxeras. Yo sabía que para llegar hasta la cima antes del amanecer debía hacer noche lo más cerca posible de ella. Así que la primera vez que lo intenté puse la tienda justo superado el paso, junto a un manantial cercano. La tarde era preciosa y me dio tiempo a asomarme al precipicio que se abre desde la cima de Espelunga hacia el río Veral, y fotografiar el cercano Castillo de Acher en el crepúsculo.
Pero desde este lugar hasta la cima resta todavía una hora de recorrido, así que al día siguiente, aunque empecé a andar antes del amanecer, para cuando llegué el sol ya se elevaba un poco alto sobre el horizonte. Solo me quedaba disfrutar de las estupendas vistas que se abren en todas direcciones.
Al año siguiente ya tuve claro que si quería llegar a tiempo debía de hacer noche en una pequeña pradera que había localizado a pie de la última pala, a un cuarto de hora de la cima. Otra vez estaba de nuevo arriba, esperando que los primeros rayos de sol hicieran su aparición. Pero una nube se interpuso por delante, y el sol no tiñó de rojo las rocas como esperaba. Y, aunque tomé alguna fotografía, me di cuenta que necesitaba también alguien que me ayudara a componer la fotografía.
Y un año después, me acompañó un amigo al que no me costó mucho persuadir. A la tercera iba a ser la vencida: allí estaba de nuevo, antes del amanecer, pertrechado de cámara, objetivos y trípode; me asenté en lo más alto del Rincón de Alanos, mientras que Agustín, siguiendo mis indicaciones, se ubicaba una antecima más abajo. Y el resultado fue éste:
Fotografiar, muchas veces, no es solo una cuestión de suerte, o de estar en un paraje idílico donde todo se nos da hecho, o de tener un buen equipo. En mi caso, hubo antes una mirada reflexiva sobre el paisaje, una idea en mi cabeza, perseguir esa idea, y mucha voluntad hasta conseguir llevarla a cabo.
Paisajes imaginados