El paisaje es un estado del alma.
Tomás sobrino Habans, pintor de Elizondo (1953-)
Cada artista pone en lo que ve o que siente.
O solo ve aquello que siente.
Una de las características de la reserva natural de Larra, en el extremo oriental del pirineo navarro, es la abundancia de días con nieblas bajas: el aire cálido y húmedo que entra del norte o noroeste choca con las primeras montañas de dos mil metros de Pirineos por su vertiente norte, asciende sobre la divisoria de ambos lados, y al enfriarse con la altitud se condensa en forma de niebla, quedándose allí estancada, o desparramándose por los collados que rodean las cumbres de Lakora y Lakartxela hacia la vertiente sur como una cascada de nubes.
Si la niebla es especialmente espesa, los rayos de sol no pueden atravesarla para calentar el suelo, por lo que la niebla no asciende, y queda atrapada sobre los bosques de pino negro y hayedos de la Contienda y el Ferial empapándolo todo de humedad, mientras luce un sol espléndido en las zonas más altas y también abajo, en el valle.
Este día de final de primavera mis proyectos eran otros. La niebla al amanecer cubría todo con un manto espeso y no auguraba una buena jornada de paseo. Pero conforme iba subiendo hacia cotas más altas, allí donde acababa ese manto espeso, el sol trataba de abrirse paso en el banco de niebla, en un tira y afloja en el que todavía no había un claro ganador. El juego de luces y sombras me pilla de sorpresa: La luz del sol, reflejada en las gotitas de agua que “flotan” en la niebla, a ras de tierra, se dispersa en haces de luces que se hacen visibles de manera casi mágica ante mis ojos (efecto Tyndall, lo llaman).
Es un momento fascinante. Durante una hora paseo arriba y abajo por entre los árboles buscando siluetas, embelesado por los juegos de luces y sombras que se forman cuando los árboles se interponen delante del sol. Y cuando encuentro el lugar y el momento para preparar mi cámara, la niebla avanza hacia adelante o hacia atrás, y se disipa en pocos segundos a mi alrededor, o me deja envuelto en una nube espesa que me impide ver más de diez metros, y vuelta a empezar. La niebla juega conmigo, y parece reírse de mi desesperación:
A través de la niebla los pinos negros son espectadores privilegiados del espectáculo: la niebla se aferra a sus ramas mientras el sol se abre paso entre ellos. Los pinos se tornan en siluetas oscuras, en espectros rodeados de halos y de rayos de luz que irradian en todas direcciones.
Finalmente esa mañana el combate entre el sol y niebla queda en tablas: ninguno quiere ceder su espacio. El sol se alza majestuoso por encima del bosque, haciendo desaparer los árboles-espectros, y la niebla se obstina en no dar un paso atrás, protegiendo el espacio conquistado hasta la noche.
¡Qué extraño es vagar en la niebla!
En la niebla, poema de Hermann Hesse
En soledad piedras y sotos.
No ve el árbol los otros árboles.
Cada uno está solo.
Lleno estaba el mundo de amigos
cuando aún mi cielo era hermoso.
Al caer ahora la niebla
los ha borrado a todos.
¡Qué extraño es vagar en la niebla!
Ningún hombre conoce al otro.Vida y soledad se confunden.
Cada uno está solo.