“El tiempo es una imagen móvil de la eternidad”
Platón
El monte Jaizkibel se levanta sobre el mismo borde del mar entre dos bahías, la de Pasaia (Pasajes de San Juan) y la de Txingudi, constituyendo un espectacular mirador sobre el Cantábrico.
Desde la carretera que sube hacia su cima se intuyen la sucesión de arroyos más o menos paralelos que han ido erosionando su relieve y creando profundos valles en su camino hacia el mar, de ahí la peculiar morfología de sus acantilados, laberintos rocosos, rasas litorales y esculturas de arenisca. Y por eso también que el camino a pie por la costa, entre Donibane y Hondarribia, sea una sucesión sin tregua de subidas y bajadas que no siempre permite caminar junto a la misma línea costera.
Es precisamente lo accidentado del terreno lo que ha permitido que esta franja de litoral permanezca más o menos salvaje, y que su riqueza geológica sea uno de los tesoros mejor guardados de la costa vasca, destacando las formas de erosión sobre las areniscas, y sus peculiares rocas fósiles de paramoudras…
Desde siempre las formas regulares en la naturaleza, de ángulos iguales y simétricos nos han llamado la atención por lo inesperado e insólito de su estructura, y nos hacen pensar inconscientemente en la intervención de una mano creadora inteligente. Dentro de estas formas, podemos deducir, por ejemplo, por qué las arañas extienden sus telas en perfectos círculos concéntricos, los pájaros construyen nidos más o menos redondos, o las abejas construyan celdas perfectamente hexagonales. … pero más difícil de entender son otros ejemplos de diseño que no son resultado del trabajo laborioso y visible a simple vista de un animal, o de una “inteligencia” creadora como la nuestra (aunque a veces dudo de que nosotros, seres humanos tengamos tal inteligencia): así nos causa asombro y nos preguntamos qué ha llevado a la naturaleza a crear por ejemplo una forma circular perfecta en una roca.
Y la causa de todas las formas de la naturaleza se descubre si examinamos las fuerzas que actúan sobre ellas, interna o externamente: así, las caprichosas estructuras de las geoformas de Jaizkibel son resultado de la meteorización de la roca, los copos de nieve tienen formas hexagonales porque las moléculas de agua al congelarse se convierten en un cristal en forma de prisma hexagonal sobre el que se van condensando más moléculas en cada una de las puntas del hexágono, las semillas de girasol en la flor se distribuyen de acuerdo con una construcción matemática llamada “sucesión de Fibonacci”, la disposición de las hojas y los pétalos de las flores, las piñas de una conífera, las espirales de la concha de los caracoles, … toda la naturaleza está llena de ejemplos de simetría y orden a todas las escalas, desde la más diminuta molécula hasta una galaxia en espiral, y pueden explicarse con el lenguaje matemático, considerado por muchos como el lenguaje de la belleza.
Las paramoudras son fósiles que llamaron la atención por su naturaleza y dimensiones ya desde hace más de cien años. Pero son pocos los ejemplos en el mundo de paramoudras con formas tan claras y bien conservadas como las que se encuentran en Jaizkibel. Y la primera vez que leí este curioso nombre me llamó tanto la atención que decidí que merecían la pena una visita.
Después de estudiar detenidamente en las fotografías aéreas el camino para acceder hasta ellas, me eché a andar en su busca un cálido atardecer siguiendo un camino que desciende apaciblemente hasta la costa, primero a través de un sombreado bosque y más adelante por una pronunciada pradera que nos lleva directamente a asomarnos sobre Erentzin zabala, la playa rocosa donde se bañan estos fósiles.
Estas curiosas formaciones son, técnicamente, “concreciones silíceas de gran tamaño (varios metros) organizadas en torno a las trazas fósiles (icnofósiles) de tubos de organismos marinos (poliquetos abisales y, tal vez, pogonóforos)”. Para que nos entendamos de manera simple, están modeladas por concreciones de sílice que se formaron por la circulación del agua alrededor de las galerías o tubos de organismos marinos que excavaban los sedimentos arenosos, hace millones de años. Al ser de material más resistente que el que les rodea, estas formas resaltan sobre la roca donde se encajan, unas veces por encima y otras asomando más o menos entre ellas. Sus desarrollos pueden ser horizontales, verticales u oblicuos pudiendo alcanzar hasta seis u ocho metros, o formar esferas de más de 1 metro de diámetro. Y casi todas presentan un pequeño orificio central del canal vertical de su interior, que constituye la traza fósil del gusano marino del que se formó.
Recorrer esta playa rocosa cuando se ha retirado la marea, sintiendo de cerca el romper de las olas es una experiencia para los sentidos. Pasé la tarde saltando de roca en roca, visitando las pequeñas pozas que quedan tras la retirada del agua, pero sobre todo deteniéndome a contemplar las paramoudras, tratando de asociar cada una de sus caprichosas formas a animales y objetos marinos petrificados: tortugas, focas, yelmos, ánforas, excrementos, elefantes, cuencos invertidos, senos femeninos, gusanos articulados, esponjas, esferas, y otros seres más o menos reales o fantásticos que pueblan este rincón de la costa vasca.
Aunque a veces también se cuela un espontáneo que pretende hacerse pasar por paramoudra, y las auténticas le miran mal:
No he transitado mucho los caminos costeros, siempre me han atraído más los paisajes de montaña. Pero pasar la tarde en el límite entre dos mundos (el terrestre donde vivimos y nos sentimos seguros) y el marino, enigmático y desconocido) en este escenario fugaz sometido a eterna agitación que se revela entre las dos mareas, escuchar el ruido continuo del oleaje contra las rocas al atardecer, y con el fondo de un mar agitado con el sol poniéndose es tan hermoso como una tarde de verano desde cualquier cumbre que he visitado. Y Jaizkibel esconde otras sorpresas geológicas que me apetece volver a recorrer: las geoformas y los murales pintados del valle de Labetxu. Pero estas fotografías quedan para mostrar en otro momento…