Un viaje a pie por los pirineos
“Hay algunas cosas buenas que decir acerca
EDWARD ABBEY (escritor, guarda forestal, ecologista estadounidense)
de caminar…, por ejemplo requiere más tiempo
que cualquier otra forma de locomoción excepto reptar.
En consecuencia, dilata el tiempo y prolonga la vida,
que ya es de por sí demasiado corta para
desperdiciarla con la velocidad…
Caminar hace que el mundo sea mucho más
grande y, por ello, más interesante. Uno tiene
tiempo para observar los detalles”.
Pirineos
Del verdor de la costa vasca al paisaje abierto y agreste del cabo de Creus. De los sombríos hayedos del pirineo navarro a los soleados pinares y alcornocales del Empordà en Girona. Y, en el camino, un mundo de bosques, praderas, rocas, pueblos y lagos pasando por entre las cimas más altas de los Pirineos. Ochocientos kilómetros caminando a través del sendero GR 11 que recorre esta cordillera, cruzando un valle tras otro a la sombra de sus gigantes: Infiernos,Vignemale, Monte Perdido, Posets, Aneto… Montañas que han cautivado a exploradores, científicos, escaladores, montañeros y soñadores… Salir bajo la luz de un faro, el de Higuer, en el mar Cantábrico, para llegar a otro, en el Mediterráneo, donde muchos pasos después de empezar a caminar, siguiendo las marcas rojas y blancas del sendero, me reciben los rayos de luz del faro de Creus con los Pirineos ya en la mochila. Para descubrir, al final, que la recompensa no era el azul del mar que me estaba esperando, sino la mirada sobre el paisaje que mis ojos han recorrido, la experiencia del camino, y el reencuentro con uno mismo al final del sendero.
Y el sendero pirenaico se convierte en el hilo conductor que conecta paisajes, personas, lugares e historias, uniendo el mundo del caminante en un todo coherente, por más que frágil.
El itinerario
La Senda Pirenaica (GR 11) recorre esta frontera natural por su vertiente sur, en poco más de 800 km de viaje entre el Cantábrico y el Mediterráneo: en el camino se enlazan las montañas de Guipúzcoa (apenas 30 km), Navarra (180 km.), Aragón (cerca de 200 km.) y Cataluña, que tiene 335 Km partidos en dos por Andorra (unos 40-45 Km).
El sendero se encuentra señalizado prácticamente en su totalidad, y las etapas discurren en su mayoría entre pueblos, refugios y albergues, aunque en algunos casos es posible que tengamos que dormir en refugios libres, cobijos precarios o tienda si la llevamos. Es difícil describir en pocas líneas un itinerario tan largo a pie sin perderme en el laberinto de lugares, valles y montañas que se recorren, para eso están las guías. Sin embargo, a pesar de que ya ha transcurrido más de un par de meses desde que lo finalicé, con ayuda de mis fotografías todavía podría enlazar y describir con bastante detalle los sinuosos y variados senderos que recorrí…
…Empiezo a caminar un 17 de agosto desde el cabo de Higuer haciendo el tramo más urbano y cómodo del recorrido, Hondarribia e Irún. En la ermita de San Marcial me adentro en el bosque atlántico, primero bajo las nieblas y después sobre ellas por senderos umbríos para llegar a Bera y después Elizondo. Los caseríos proliferan por doquier. Y me aparecen las primeras y temidas ampollas. Cruzo los monótonos hayedos de Quinto Real e Irati. Poco a poco el camino se va alzando por entre montañas de suaves relieves hasta cruzar la sierra de Abodi y divisar ya en el horizonte los primeros dosmiles a este lado del pirineo. Una semana después de empezar a caminar dejo atrás la villa roncalesa de Isaba con los meñiques de mis pies escocidos por las ampollas, y cruzo el collado de Arguibiela, una frontera invisible que me deja, casi sin darme cuenta, al inicio de las altas montañas aragonesas, por andaderos para mí familiares. Atrás quedan los verdes valles y los frondosos hayedos. Y también las ampollas. Ya he superado los primeros 220 km, y ahora camino ágil y sin dolores en los pies.
Por tierras de Aragón el recorrido es realmente exigente, y poco a poco cada vez más espectacular: Camino por el precioso valle de Aguas Tuertas en el valle de Hecho, subo por la Canal Roya hasta los ibones de Anayet, cruzo el valle de Tena hacia Respomuso, y paso a los pies de los primeros tres miles del Pirineo (Balaitus, Infiernos). El collado de Tebarray (2771 m de altitud) era duro, pero no difícil, y acabo durmiendo bajo la sombra de Vignemale en una noche inolvidable. Después de un larguísimo descenso por el valle del río Ara, entro en el parque nacional de Ordesa y me tomo una jornada de descanso en Torla. Remonto el valle de Ordesa para afrontar, al día siguiente, la que sería una de las etapas más duras bajo la amenaza de una fuerte tormenta. El descenso en completa soledad a la cabecera del valle de Añisclo para remontar hasta el collado que me separaba de Pineta y después abordar el interminable y durísimo descenso de casi dos mil metros hasta el valle fue una de las etapas inolvidables de la travesía. Sufrí, pero también disfruté del espectáculo del agua precipitándose al vacío en cascadas de más de 100 metros. Un merecido (y caro) descanso en el parador de Pineta, y ya me dirijo alegre por Parzán hacia las bordas de Viados, de gratos recuerdos. De aquí a Benasque, donde vuelvo a descansar, esta vez en compañía. Otra vez para arriba, por los ibones de Vallibierna, impresionado por los granitos del macizo de la Madaleta y después de otra noche en soledad, cruzo el collado de Vallibierna (2710 m) al amanecer. Desciendo bajo la lluvia hacia Lleida por el puente de Salenques. Ya estoy muy lejos de casa, me adentro en territorio casi desconocido para mí, me entra un poco de nostalgia familiar.
Ya en el pirineo catalán recorro, desde Port Rius, un rosario de preciosos lagos o estanys de origen glaciar por el parque nacional de Aigües Tortes, uno tras otro, una subida tras una bajada y vuelta a subir, hasta salir dos días después por el lago de San Maurici, a los pies de la montaña mítica de Els Encantants. Después me adentro en el parque natural del Alto Pirineo caminando por insospechados senderos tallados sobre roca en las laderas de las montañas y recorriendo un pueblo tras otro: La Guingueta, Dorve, Estaon, Aineto, Tavascán, Boldís, Áreu. Pueblos algunos casi abandonados, pero con muchísimo encanto. Desde Estaon llego pronto a Tavascan, y en vez de tomarme un descanso cometo la hazaña –o la estupidez, según se mire- de continuar hasta Áreu. En total casi casi dos mil metros de subida y otros tantos de bajada. Me prometo no volver a hacerlo. Disfruto de la subida por la Vall-Ferrera dejando a un lado la Pica d’Estats, y vivo una noche inolvidable en el refugio de Baiau, en completa soledad y rodeado de montañas. Subo la portella de Baiau, a 2756 m. de altitud que no era tan duro como me lo pintaban, y ya estoy en Andorra, un mundo de montañas con densos bosques de pinares y valles muy humanizados, en un sube y baja incesante, sin tregua: Arinsal, Arans, Encamp… tanto pinar me resulta un poco monótono y aburrido. El refugio de L’illa es precioso, moderno, pero no me detengo allí, y entro en Girona por el puerto de Vall Civera (2544 m) un día soleado, solitario como tantos otros.
El paisaje cambia un poco, pero todavía no huele a mediterráneo, sino a montaña, y sigo cruzando estanys donde puedo bañarme. Por fin llego a Puigcerdà, capital de ese oasis entre montañas que es la Cerdanya. Me faltan unos 10 días y decido descansar de nuevo. El atardecer desde Puigcerdà con la mirada puesta en la sierra del Cadí es espléndido. Aquí me siento lejos de casa, me entra morriña, es tentador coger el tren de vuelta a casa… Pero un día más y estoy llegando al monasterio de Núria, lugar que me decepciona: barquitas, restaurantes, paseos en burro, funicular, telesillas y mucha, mucha gente. Se me cae la cámara al suelo, un golpazo contra las rocas que me duele en lo más hondo. Pero la cámara todavía funciona. Al día siguiente remonto hasta el Coll de Neu Creus (2.790m) y sigo un recorrido muy aéreo y espectacular, de collado en collado, por la frontera con Francia. Se acaba el alto pirineo; desde aquí iré descendiendo poco a poco hacia el Mediterráneo: Setcases, Molló, Beget… el pirineo de Girona me sorprende: a pesar de que se desciende en altitud, sigue siendo muy montañoso y lleno de vegetación. De Beget a Albanyá sufro otra de las etapas duras: intentando atajar perdí un tiempo precioso para una etapa que preveía larga y dura, y recorro la alta Garrotxa en solitario por un paisaje agreste, bajo amenaza de tormenta que finalmente no llega. Aquello es un laberinto de montañas y bosques. El descenso a Albanyá se me hace larguísimo y duro por pista cementada y muy pendiente, se resienten mis rodillas. En La Jonquera por fin siento la alegría de estar cerca del final, empiezo a saborear el triunfo con mi primer pincho de tortilla en toda la travesía. Dormir en la extraña masía Requesens tiene su encanto, y disfruto otro atardecer maravilloso con la silueta de su castillo. A partir de aquí, ahora sí, el paisaje es mediterráneo, empiezan a dominar los bosques de pinares y encinas, densos matorrales, camino entre alcornoques, las subidas y bajadas son suaves, y el calor y el viento de la Tramuntana aprietan.
Y por fin, el pueblo de Llança, a la vista. Y el mar. Se me cae una lagrimilla. De Llança a Port de la Selva es ya un paseo. Al amanecer, allá a lo lejos, diviso un puntito luminoso que destella: es el faro, me falta un día. Salgo de Port de la Selva muy muy temprano, me gustaría estar al alba en el faro, pero a pesar del madrugón va a ser tarea imposible, me restan todavía cuatro horas y el alba me sorprende bajo un extraño poste digno de una película del lejano oeste. Empieza a soplar fuerte viento. El paisaje es agreste, mediterráneo puro. Llego al faro, pero allí no está el final. Busco las últimas marcas. Ya estoy casi, un pasaje estrecho y rocoso sobre el acantilado parece querer no darse por vencido, el viento me lo pone difícil pero ¡por fin! me hago la última foto. Ya está. Es lunes 1 de octubre de 2018… (CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTRADA)